Doble rasero del jarabe democrático

El apaleamiento de un muñeco en Nochevieja con el aspecto, no muy logrado de Sánchez, salvo por la alargada nariz de Pinocho que sugiere lo mentiroso y compulsivo del personaje, se ha convertido en prácticamente un asunto de seguridad nacional.

Esta piñata es pariente lejana de la que Marco Polo trajo de China a Venecia, desde donde llegó a España por vía cuaresmal, y siguió los vientos alisios hacia América de la mano de los Agustinos. Sus puntas evocaban los siete pecados capitales y se golpeaban con un palo hasta romperlas para que lloviese su contenido sobre los presentes. A diferencia de esas, con la de Sánchez se buscaba más pegar al continente que gozar del contenido.

Este apaleamiento que nos ocupa, convertido en un nuevo vodevil político, no me parece ni ejemplar, ni presentable, y no seré yo quien lo aplauda. Sin embargo, tampoco dejaré de recordar que al presidente le va en el sueldo ser criticado en protestas, manifestaciones, escritos, vídeos, sátiras… incluso a veces de manera dura, cruel y desagradable. En democracia existe libertad de expresión y los mandatarios deben sobrellevar la crítica de la calle, por cruda, cruel y desacertada que pueda ser o parecer.

Se han colgado, quemado y guillotinado efigies del Rey, de jueces y de políticos de la oposición, a los que también les han aplicado el “jarabe democrático” de los podemitas, sin que el PSOE calificase estos hechos como delitos de odio. Pero esta vez no, ¡hasta ahí podíamos llegar!, se trata de Pedro Sánchez, al que tanto debemos. Por tanto Ferraz presenta una denuncia histérica y victimista, que habla de “injurias y amenazas” al presidente, “incitación al odio, al magnicidio”, y de “reunión ilícita”. Pisamos arenas movedizas cuando a los socialistas les parece ilegal que se proteste contra el presidente del Gobierno, porque lo que se pone en juego es la libertad de expresión que incluye la libre crítica al poder.

La exaltación de la violencia y la radicalización política conducen a excesos insanos que no pueden formar parte del juego democrático. No es edificante, ni estimulante, ni admisible por lo que conlleva de expresión de deseos agresivos contra una persona. Lo que ocurre es que cualquier condena, para ser coherente, debe ser de ida y vuelta, en todos los casos, y no solo en algunos supuestos y a conveniencia de parte.

El PSOE practica un doble rasero, prueba de que pretende usar la libertad de expresión en función de sus intereses. Que critiquen e injurien a los demás, pero a mí, nada de nada. Y si alguien se mete conmigo… ¡delito de odio!

Ignacio Gómez de Liaño escribió que “el doble rasero es para el niño, y debería serlo también para el adulto, la imagen viva de la injusticia y la irracionalidad”. Este es un modo de arrasar la inteligencia, la sensibilidad y la voluntad de un demócrata, y un método eficaz para acabar con la democracia.

El PSOE debería darse un barniz de coherencia y realismo antes de presentar a Sánchez como objetivo de odio. De ser así, no apoyaría la tramitación de la reforma para despenalizar las injurias y calumnias a la Corona; las ofensas y ultrajes a España, sus símbolos y emblemas; las calumnias o amenazas graves al Gobierno; las ofensas a los sentimientos religiosos; o el enaltecimiento del terrorismo.

El coraje de construir la paz

Termina un año, comienza el siguiente y vuelve a empezar la cuenta atrás. El reloj del anuario se pone a cero y uno se siente en la socorrida obligación de plantearse mejores y más firmes propósitos de enmienda, de superación, de supervivencia. La vida nos enseña que deben ser objetivos concretos y alcanzables para no caer en la frustración del fracaso. Así, los más comunes, son auténticos clásicos: bajar de peso, hacer deporte, ahorrar o dejar de fumar. Pero digo yo que tampoco sería malo meter algo de utopía a esos propósitos y tras tanta locura tangible, quizás lo mejor sería recuperar la cordura y el camino que jamás debimos perder: la ilusión por ser realmente mejores y la aspiración por vivir en un Mundo mejor de valores y sobre todo de Paz.

Siendo críos, recuerdo que si nos preguntaban por un deseo, algunos pedían cosas personales como llegar a ser futbolista, salud para sus padres o simplemente ser ricos. Dentro de los que tenían una mirada más global era frecuente escuchar pedir “la paz en el mundo”.

Desear la paz es asumir que es posible, que es más que un concepto, que cabe en la realidad y añade valor a la experiencia de estar vivos. No se limita a una idea en el discurso, y como forma de vida se construye y aprende en la experiencia. Por tanto, tiene algo de don y una buena dosis de voluntad y decisión, de esfuerzo y dedicación.

Virgilio en La Eneida nos advierte de que el odio improvisa las armas, y está demostrado que la historia del mundo viene a ser el recuento de sus crímenes. Desde su creación la tierra ha sufrido multitud de guerras. Las ha habido mundiales, santas, civiles (las más inciviles de todas) y está visto que lo de dirimir los conflictos a golpes y tiros es una extraña maldición que pesa sobre el mundo. La guerra, al margen de que al final se llegue vencedor o vencido, parece más fácil que la paz.

La paz es un estado de ánimo personal y colectivo que como todos los sentimientos “se contagia” a los demás o nos lo contagian. No es un sentimiento de debilidad, es fortaleza y una necesidad para vivir. A su vez, va unida a la justicia social, para disminuir las desigualdades y hacer un mundo más justo.

Pero la paz no ha de ser, ni puede permitirse ser ingenua o pasiva, y mucho menos contemplativa. Ha de ser combativa con sus propias armas: no nos dejemos llevar por las del “enemigo”, no respondamos ojo por ojo y diente por diente. Más bien enseñemos las ventajas de un mundo sin conflictos violentos.

Los enemigos de la paz son siempre los mismos y actúan de idéntica manera. Primero construyen una idea del “nosotros” y otra del “ellos” para dividir burdamente el mundo en dos. Tras deshumanizar al ellos, los presentan como una masa uniforme con costumbres extrañas, contrarias a las nuestras, brutales, inmorales, atrasadas o decadentes. Cuando han conseguido esto, los empiezan a describir como una amenaza existencial: es o ellos o nosotros.

En 1939, vísperas de la 2ª Guerra Mundial, Pío XII en un mensaje radiofónico a los gobernantes del mundo decía: “Con la paz no se pierde nada. Todo puede perderse con la guerra”. Por tanto, que sobrevuelen las palomas de la paz y que los olivos perfumen los caminos. La fraternidad de los pueblos no puede caer en un escollo del barranco. No perdamos la esperanza a pesar del viento huracanado de la historia que nos arrastra a un sinfín de calamidades, porque la Paz es posible.