Pedagogía progresista

La frase “La misión del poeta no es instruir, sino deleitar” se atribuye al matemático y geógrafo, Eratóstenes de Cirene, que descubrió, entre otras cosas, que si uno diese 31,5 millones de pasos seguidos, podría circunvalar la Tierra. El arte parece inútil, la lectura un anacronismo y la sabiduría una bella ruina arqueológica, por lo que cabe preguntarse, ¿tiene alguna importancia esto? Depende. En una época en la que el ser humano presume de haberse vuelto imbécil, parece que no.

Hasta la actualidad, las culturas eran herederas y conservadoras unas de otras, pero ahora rechazamos como legado, la transmisión de conocimientos. Viene muy al caso aquello que decía Tocqueville, “Al caminar sin pasado ese hombre nuevo que se dice querer crear marchará entre tinieblas”. Asimismo, dado que el conocimiento no es objetivo y el sistema tradicional de enseñanza un invento de la clase dominante (basado al parecer en imposiciones hetero patriarcales y fantasmas pantocráticos), es preciso configurar un nuevo modelo de “escuela libre y democrática”.

Los orígenes de esta pedagogía que se presenta como progresista, hay que buscarlos en la Revolución Francesa, y en concreto en Jean-Jacques Rousseau. Aunque su generalización tuvo lugar tras el psicodrama del Mayo del 68, cuando la izquierda la usó para tratar de implantar su hegemonía cultural basada en la corrección política y el adoctrinamiento.

La gran decadencia comenzó cuando se decidió que la misión de la escuela no era elevar el nivel cultural de la población, ni ofrecer a cada individuo la oportunidad de desarrollar al máximo sus capacidades, sino igualar las desigualdades que causan las diferentes capacidades intelectuales. 

Que algo no va bien y muchas cosas no funcionan en nuestra escuela, es un hecho que constatan todos los diagnósticos sobre calidad educativa. Así, los informes PISA han mostrado que el abandono de los métodos tradicionales de enseñanza ha sido un grave error y que es necesario recuperar la autoridad de los profesores, potenciar el esfuerzo individual y reconocer el valor de los exámenes como método para controlar la adquisición de conocimientos y como estímulo para el estudio.

Sufrimos una serie de falacias educativas, como el lenguaje de la pedagogía progresista, que habla de actitudes, competencias, inclusividad, empatía, resiliencia… Se sustituyen los contenidos por el adoctrinamiento a base de sentimentalismo. Hoy, todos los niños dirán que quieren salvar el planeta, pero pocos serán capaces de señalar a China en un mapa. Una sociedad que se mueve más por la emoción que por la razón es más fácilmente manipulable.

Entre los nuevos dogmas pedagógicos, está el culto a las nuevas tecnologías, el multiculturalismo, el ecologismo, el feminismo y todos los demás ismos, con el wokismo como síntesis de todo.

En España aunque la educación está ideológicamente dominada por la izquierda desde hace años, hasta ahora nadie se había atrevido a proclamar el valor de la ignorancia con el descaro con el que lo hace el gobierno de Sánchez, que ha convertido la institución escolar en su instrumento para cambiar los valores de la sociedad. O nos tomamos en serio este asunto o veremos derrumbarse la civilización occidental como un castillo de naipes.

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