Lo que trae el pos-COVID

En marzo de 2020, el rabino Jonathan Sacks, figura destacada del panorama intelectual del Reino Unido, describió la catástrofe del COVID-19 como “lo más cerca que hemos estado de una revelación para los ateos”, y que “llevamos más de medio siglo en punto muerto y, de golpe, nos vemos obligados a afrontar la fragilidad y la vulnerabilidad de la condición humana”.

Este virus ha provocado una emergencia médica mundial y nos ha metido de lleno en una catástrofe económica autoinfligida, como consecuencia de las políticas aplicadas para contener su propagación, con efectos no deseados como la desglobalización y la deriva autoritaria de los gobiernos.

El mundo se enfrenta a la mayor contracción del PIB desde 1930 y la recuperación, en ausencia de vacuna o tratamiento efectivo, será lenta y complicada. Muchos países ya fuertemente endeudados y con déficit, han lanzado paquetes de estímulo/rescate/ayuda cuyo importe global estimado por el FMI a finales de mayo alcanzó los 9 billones de dólares. 

En este contexto, la quiebra de empresas y la destrucción de empleo se multiplicarán y provocarán una profunda crisis que convertirá la recesión en larga depresión. Todo dependerá de la capacidad de los países para solventar la crisis sanitaria e impulsar la reactivación económica sobre bases sólidas. Y es aquí donde España presenta, por desgracia, muchas debilidades, ya que, a la nefasta gestión sanitaria, se añade la elevada deuda pública y una estructura productiva enfocada al turismo, sin duda un sector de los más golpeados. No es de extrañar, que el FMI estime en 2020 una contracción de nuestra economía del 8%, la mayor desde la Guerra Civil y una de las peores del mundo, con un paro superior al 20%.

La segunda gran amenaza de la era pos-COVID, es el hecho de que los Estados apuesten por el proteccionismo comercial, dando al traste con buena parte de los beneficios de la globalización y del libre comercio en los últimos años. Rompemos las cadenas de valor global en nombre de la resiliencia, repatriamos industrias, recortamos inversiones en el exterior… Nos hallamos ante una vieja y conocida receta para el fracaso, que traerá más pobreza, menor productividad y pérdida de poder adquisitivo.  

La tercera gran amenaza está relacionada con la deriva autoritaria de algunos estados. En el debate global existe un consenso generalizado sobre la necesidad de dar a los gobiernos poderes acordes a los desafíos que presenta la pandemia. Estas medidas de emergencia (restricción de movimiento, confinamiento, etc.) favorecen la seguridad en detrimento de las libertades individuales, pero son el peaje que nos impone el COVID-19. No debemos olvidar que la historia ha demostrado que las decisiones tomadas en tiempos de crisis condicionan al mundo durante décadas, y que “quien sacrifica la libertad en el altar de la seguridad termina perdiendo ambas” (Benjamin Franklin). Esto es inquietante, pues es la puerta por la que entra la dictadura y la ventana por la que sale la libertad.

Tras la pandemia, hay que defender más que nunca los valores intrínsecos de la democracia, dejando claro que las medidas extraordinarias son únicamente de aplicación para esas situaciones. Evitar las tentaciones autoritarias, pasa por potenciar el papel de la sociedad civil y vigilar la transparencia y la rendición de cuentas. Es tiempo de fortalecer la Democracia, no de pervertirla.

“GAMING” no es ningún juego

GAMING significa juego, pero es también el acrónimo anglosajón de la agenda ideológica de la izquierda: Gender, Abortion, Migration, INdigenous y Green. Es decir, ideología de género y su intento de separar al hombre de su naturaleza biológica; aborto libre como mecanismo de reducción de población; puertas abiertas a la migración, convirtiendo en derecho la nueva versión de la trata de seres humanos que sirven como reemplazo de los que no nacen; indigenismo basado en obsoletas ideas de razas puras, acompañado del correspondiente revisionismo histórico, especialmente aliñado de hispanofobia y, por último, el ecologismo (green as the new red), oportunista según convenga, llevado si es preciso al extremo de reducir al hombre a un simple animal más, el más dañino, presentándolo como una plaga del que debemos proteger a la Madre Tierra, burda sustituta del Padre Dios, en su lucha contra un heteropatriarcado.

Se ha conformado un paquete cerrado, un todo al que el verdadero progresista debe adherirse sin matices. Todos los temas están conectados y se plantean juntos para tratar de hundir a los viejos enemigos: la democracia liberal, el cristianismo y su sistema de valores. Las experiencias comunistas fallidas no fueron verdadero comunismo; si no eres feminista de izquierdas, no eres verdadera feminista; si no eres homosexual de bandera arco iris, no eres un buen homosexual; si no pones por delante tu color de piel, no tienes conciencia de raza y eres cómplice del racismo sistémico.

Hay que imponer a los estados europeos un sentimiento de culpa por su historia de exploraciones y colonizaciones para que se avergüencen de sus orígenes, rompan con la tradición y abandonen sus valores y principios. Da igual si un país como España era más pobre que Venezuela en 1940, se trata de que la gente crea que ahora somos más ricos por el oro que trajimos de América hace 500 años (por cierto el 80% de lo extraído se quedó allí). Todo bien aliñado de dos elementos que facilitan la penetración en las mentes reblandecidas por la ausencia del bien y el mal: el buenismo y el victimismo.

Una vez se imponga la agenda, el disidente será anatemizado, proscrito y acusado de delitos de odio. Diagnosticado con “disforia ideológica” (término acuñado por la ideología de género que equivale a algo “no soportable”) la sociedad tendrá derecho a protegerse y desposeerle de sus derechos. Se creará la utopía de un mundo feliz donde las diferencias no serán causa de conflictos, no porque hayamos aprendido a convivir, sino porque se habrán abolido, profesándose un solo credo mundial obligatorio. Todos han de pensar lo mismo (lo que diga el lobby) y no discrepar de la verdadera “Fe”, porque fuera de ella no hay salvación y sólo la condenación eterna a las llamas de la extrema derecha. Jon Juaristi recordaba que cuando el movimiento Comunión y Liberación se acercó a los obreros en los años 70, la izquierda, con ese miedo perenne a los competidores que le puedan disputar a los que considera suyos, reaccionó tachándolos de ser de extrema derecha.

En definitiva, todo el que ofrezca una explicación alternativa sobre género, aborto, migraciones, indigenismo o ecologismo (el pack completo de la agenda), será expulsado del paraíso de la izquierda y tachado por la nueva inquisición de homófobo, machista, fascista, racista, genocida o antiecologista; y no podrá opinar y mucho menos dedicarse a la educación (puede que ni siquiera a la de sus hijos). GAMING no es ningún juego.

¡Por mis cojo…!

Estos días se ha acusado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de actuar con “soberbia”, “arrogancia”, “incompetencia” y de manera “dictatorial” por “amenazar” con “imponer” un estado de alarma en la Comunidad de Madrid, una actuación que enmarcan en su “batalla” para “acabar” con el Ejecutivo regional de Isabel Díaz Ayuso.

Sin ánimo de entrar a analizar la medida propuesta, que no piden los madrileños ni parece exigir la situación sanitaria, da la impresión de que estamos ante una decisión unilateral del presidente del Gobierno de declarar más que un “estado de alarma”, un “estado de soberbia” fruto de su enfado, porque el alto tribunal madrileño le ha llevado la contraria dándole la razón a la Comunidad de Madrid.

Pretender hacer un tratado filosófico o conceptual del significado de la palabra soberbia sería pecar de eso mismo, sin embargo un buen punto de partida es hacerlo con su definición. La RAE, la define como el apetito desordenado de ser preferido a otros. Así el concepto se asocia a la altivez, el engreimiento, la presunción y la petulancia, en definitiva, creer que uno es mejor que el otro.

Una mirada a la realidad política del país y a la acción política de quienes nos gobiernan, permite observar que con más frecuencia de la deseable, surgen decisiones y discursos caracterizados por el vacío, falta de contenido, propósito o solidez argumentativa.

Quien manda a los que nos dirigen peca a diario de notable falta de humildad y de encerrarse en una burbuja en la que no se concibe el error y no se encuentra a nadie que se lo haga ver y, si lo encuentra, posiblemente le echen a un lado. ¡Qué malos son los consejeros que adulan y no terminan de decir la verdad, o que simplemente se acomodan a lo que quieren oír sus jefes! Que otra explicación puede tener el comportamiento errático del asesor Fernando Simón.

La “Soberbia Política” es fácilmente diagnosticable, en aquellos que en campaña electoral parecen protagonistas de la “casa de la Pradera”, y a medida que avanza su mandato van transformándose, en el prototipo del protagonista del “Lobo de Wall Street”. Sus síntomas son: egocentrismo, imprudencia, sentimiento de superioridad, valoración desmedida de la propia imagen, necesidad de vencer a cualquier precio a los rivales, no escuchar a los demás y sentirse un iluminado.

La bronca provocada por la decisión de Sánchez de declarar el estado de alarma en Madrid ha servido a los gurús de la Moncloa para tapar el shock causado por la petición del juez García Castellón al Supremo para que investigue como imputado al vicepresidente Pablo Iglesias. Pero lo que de verdad ha enmascarado es el anuncio de este último de querer acabar con la división de poderes mediante la toma de control de la Justicia, lo que es especialmente revelador de la deriva autoritaria de este Gobierno desde que llegó al poder.

De entre los rescoldos de las instituciones hendidas por el rayo de los ataques del Gobierno de Sánchez y sus socios comunistas totalitarios, surge una judicatura valiente, que brotando como ese olmo viejo de los versos de Machado, con las lluvias de abril y el sol de mayo, hacen brotar las hojas de la resistencia que recuerda que en el Estado de Derecho no caben decisiones basadas en la arrogancia y la soberbia política. Afortunadamente todavía queda quien defienda el régimen del 78 y su piedra angular, la Constitución!

Eutanasia, más reflexión

La polémica regulación de la eutanasia ya está aquí. Estamos ante una norma ideológica impulsada para contentar a unas bases radicalizadas e instaladas en la cultura de la muerte. Dado su profundo calado social, necesitaría de un debate sereno y razonado que rebasase las cuatro paredes del Parlamento, y no tramitarse como proposición de Ley para evitar el filtro del Consejo de Estado, del Consejo General del Poder Judicial y de las asociaciones profesionales médicas que se oponen a una medida que tiene implicaciones legales al afectar al derecho a la vida, recogido en el artículo 15 de la Constitución.

Pese a no responder a una demanda social urgente, tal y como se deduce de que no existan encuestas ni barómetros que la recoja como una preocupación de los españoles, el Gobierno ha convertido a la eutanasia en una prioridad, que de seguir adelante, se convertirá en un derecho incluido en la cartera de prestaciones del sistema sanitario, por el que podrá ponerse fin a la vida del paciente que lo solicite, en menos de 32 días, en el supuesto de enfermedad incurable que provoque padecimientos físicos o psíquicos intolerables.

¿Qué significa morir dignamente? Tal vez que la vida humana solo merece la pena ser vivida bajo determinadas condiciones y si se cumplen ciertos criterios de calidad. ¡No lo creo! La dignidad de la muerte no radica en la muerte en sí, más bien lo hace en el modo de afrontarla. No debiera, por tanto, hablarse de muerte digna sino de personas que afrontan su muerte con dignidad. Ante la enfermedad y la muerte, todos somos vulnerables y más en una sociedad castigada por la soledad, la debilidad y la influenciabilidad, que niega el sacrificio y prima el hedonismo. A nadie se le exige ser un héroe cuando vive una grave enfermedad, sólo se pide que como sociedad se priorice eliminar el sufrimiento humano, no al ser humano que sufre. 

Frente al supuesto “derecho a morir dignamente”, expresión con gran capacidad de seducción pero sin contenido de fondo, se debe contraponer el “derecho a vivir dignamente”, a no a sufrir, a no estar sólo, a que te cuiden si estas enfermo, a no tener dolores ni una agonía prolongada artificialmente. Así, entre la “muerte indigna” y la eutanasia cabe una batería de intervenciones, desde las unidades de dolor a los cuidados paliativos.

Hablar de eutanasia como derecho es una “contradictio in terminis”, pues el derecho es “a algo bueno”, a la salvaguarda de los intereses y bienes de las personas, al despliegue de sus mejores posibilidades. La eutanasia lejos de ser progresista va en contra del avance de la ciencia, y resulta paradójico que cuando celebramos el aumento de la esperanza de vida en el último siglo, en más de 30 años, nos planteemos que cuando las personas enfermen o envejezcan se les aplique la eutanasia.

Antes de proponerla habría que fijarse en Holanda y Bélgica donde es legal y se han triplicado los casos y relajado los requisitos para practicarla, porque cuando algo se despenaliza se borran los límites y se abren puertas difíciles de controlar.

La eutanasia no es de derechas ni de izquierdas, tampoco un problema de creyentes o de agnósticos, simplemente es una cuestión de ética, humanidad, conciencia, justicia y sentido común. La vida como la muerte son realidades naturales, no definiciones legales y es por ello que llama la atención la ligereza con la que se habla de un tema tan complicado.