Héroes

En los prolegómenos de la Semana Santa, donde se celebra y recuerda el sacrifico de los sacrificios, me ha llamado la atención dos acciones heroicas que me congratulan con el ser humano.

La primera es la historia de Diego Díaz, cabo primero de la Guardia Civil de 53 años que perdía su vida tras salvar la vida de varias personas. Ya no es el joven deportista del pasado, y ni su edad, ni la fuerza de la corriente que hubiese desanimado al más pintado, evitan que este hombre sensato y curtido en mil batallas se arroje a las aguas de un enfurecido río para salvar a unas personas a las que no conocía pero sabía en grave peligro. Cuando las fuerzas le abandonaron las aguas se cobraron el tributo de su vida en compensación de las salvadas.

Murió honrando a su uniforme, con el respeto ganado tras años de servicio y dedicación a los demás, materializando aquello de “siempre fiel a su deber, sereno en el peligro y desempeñando sus funciones con dignidad, prudencia y firmeza”, tal y como recoge la Cartilla del Guardia Civil, cuya lectura recomiendo vivamente.

Le despidieron sus compañeros con salvas de honor, mucha emoción contenida y llevándole a hombros, cubierto con la bandera de España, hasta el lugar donde reposan sus restos para la eternidad.

La segunda historia la protagoniza otro policía, el teniente coronel de la gendarmería francesa Arnaud Beltrame, de 44 años. Hombre sereno, experimentado, y muy consciente de los peligros que asumía cuando se ofrece a intercambiarse por una de las personas que un radical mantiene secuestradas a punta de pistola en un supermercado de Francia y donde encontrará la muerte cuando tras acceder al canje, el fanático cegado por el odio, ejecuta a las víctimas inocentes que se arremolinan en el frío suelo y al propio Arnaud.

Nuestros dos héroes tienen en común que les movían los mismos sentimientos de ayuda a los demás y que sus acciones heroicas terminaron de la peor manera posible. Si acaso lo que les diferencia es el reconocimiento público de su sacrificio. Si mientras en Francia Anrnaud ocupaba las primeras planas de la prensa y recibía el reconocimiento de todas las magistraturas de la República, en España a Diego Díaz sólo le honraron sus compañeros y dudo mucho que fuera de éstos nadie recuerde ya su nombre.

Esto me resulta especialmente incomprensible en un país como el nuestro tan necesitado de ejemplos como los de Diego, donde, como escribía recientemente Lorenzo Silva hay tanta “abundancia de personas bajo sospecha de deshonestidad, mendacidad o rapacidad”, no se honre como debe a las personas que lejos de pensar en ellos mismo lo hacen en los demás.

Hoy parece que los héroes, los modelos, son los que «triunfan», los que tienen dinero, prensa o popularidad. Aunque sin embargo creo que una sociedad sin héroes, sin ejemplo y sin personas capaces de lo mejor, es una sociedad sin esperanzas.

Los héroes son modelos, un anhelo, algo que el común de los ciudadanos quisiera ser pero no llegan a alcanzar porque el camino es arriesgado o muy duro. Por eso necesitamos tanto a personas como Anrnaud y Diego, capaces de hacer sacrificios por su comunidad, de despojarse de sus propios intereses para ayudar a elevar la moral colectiva, contribuir a la recuperación de la pérdida de valores y potenciar los sentimientos altruistas.

Remunicipalizar

Remunicipalizar, palabra inventada, que está de moda y funciona bien en tiempos de Twitter, a menudo se contrapone a privatizar. Esa dicotomía en el plano político suele resumirse en que las personas “de izquierdas” prefieren la prestación directa del servicio por parte del municipio, mientras que las “de derechas” la gestión indirecta por parte de una empresa. Nada más lejos de la realidad, pues el franquismo apostó por la gestión directa, mientras que, en los 80 el PSOE, por falta de recursos para mantener infraestructuras, lo hizo por la indirecta. En el fondo, es una cuestión de presupuesto y no de ideología. Se acude a la gestión indirecta cuando se necesita dinero para inversiones.

La remunicipalización tiene un componente político que no se justifica más allá de la ideología, pues la gestión privada puede ahorrar hasta un 30% del coste, lo que demostró en Holanda un estudio en gran parte de sus ayuntamientos. En esta línea, libros como “Remunicipalización: ¿ciudades sin futuro?”, alertan de los peligros para la eficiencia, calidad y sostenibilidad de los servicios. Hablando del agua afirma que el modelo público de gestión no ha supuesto una mejora y cita a Berlín, con el agua más cara de Europa y París donde han aumentado los problemas en las infraestructuras por falta de conservación.

Un informe de la Organización de Consumidores Unidos de 2015 afirmaba que el 90% de los municipios españoles optaba por la gestión privada por su menor coste y mayor eficacia. Y si hablamos de dinero, otro estudio de 2016 de Facua-Consumidores en Acción sobre el precio del agua en 28 ciudades españolas concluía que Murcia (29,35 €) y Barcelona (23,49), gestionadas por empresas mixtas, son las ciudades más caras, mientras que las más baratas son Valladolid (10,82) y Salamanca (12,49), gestionadas por empresas privadas.

El quid de la cuestión no debe ser la discusión entre público o privado, sino si se cumplen los criterios de eficacia, solvencia y experiencia en la prestación de los servicios. En cuanto a la eficiencia, se trata de prestar un servicio de calidad al menor coste, por lo que es necesario incorporar mucho know how y valor añadido, y dado que las administraciones realizan mejor las funciones de inspección y control que las de gestión, sería bueno un análisis de si ciertos servicios deben prestarlos ellas, o puede hacerlo el mercado, lo que permitiría priorizar unas políticas sobre otras, cosa especialmente útil en tiempos de crisis.

Resulta difícil pensar en servicios públicos sin ninguna aportación de la empresa privada, por lo que el debate debe situarse en la elección de los modos o herramientas para prestar los servicios: gestión pública, público-privada, u otras intermedias. Se impone realizar evaluaciones previas con herramientas como “Value for Money”, “análisis coste-beneficio”, “Public Sector Comparator”, etc.

La participación privada puede atraer financiación, aportar soluciones innovadoras, prestar servicios más rápidamente y ofrecer mejoras en la eficiencia, por lo que las autoridades municipales harían bien en mover el foco del debate desde posiciones ideológicas (lo público es mejor) hacia los procedimientos y la evaluación de sus políticas públicas. En aquellos casos en los que la gestión privada no sea satisfactoria, habrá que recuperar la gestión directa pública, en caso contrario, sería poco lógico.

25 años de Internet en Galicia

Estos días celebramos los 25 años de la aparición de la primera url gallega y muchas cosas han cambiado desde entonces. Aquellos padres que hace 20 años se reían de sus hijos por pasar horas enganchados a un chat, ahora viven ellos conectados, publican las fotos de sus nietos en Facebook y comparten los vídeos de sus mascotas por whatsapp. Hemos pasado de ser los “bichos raros” que perdían el tiempo delante del ordenador, a ser “bichos raros” sino estamos registrados en Facebook, Twitter, Linkedin y mil plataformas más.

Casi sin darnos cuenta, Internet cambió nuestras costumbres. Antes socializábamos más y le dábamos más valor a lo tangible, pero ahora podemos mantener más fácilmente el contacto con los viejo amigos que viven lejos, con los antiguos compañeros de trabajo o universidad, gracias al email y las redes sociales.

También ha cambiado nuestra forma de comunicarnos, escribimos a la velocidad de la luz en los smartphones, compartimos nuestra felicidad o tristeza en las redes sociales, opinamos abiertamente de los que sucede en el mundo, y hasta buscamos al amor de nuestra vida en plataformas de internet.

En cuanto a nuestro tiempo libre, es indudable el impacto de internet. La televisión ya no es nuestra fuente de entretenimiento principal, ni para ver series ni películas. Internet es mucho más rápido y tiene una oferta infinita, comparada con los límites de las parrillas televisivas. Hasta hemos dejado de ver el Telediario, porque consultando la edición digital de los periódicos nos mantenemos informados en tiempo real.

La información “se ha democratizado” en el sentido en que ahora todo el conocimiento (o la gran mayoría) está disponible para los que tenga conexión, sin necesidad de visitar bibliotecas o viajar a países alejados se pueden conocer sus tesoros y obras de arte. Por otro lado, encontrar respuestas o información sobre determinado tema es posible ya con sólo abrir el Google y teclear nuestra duda, los diccionario y las enciclopedias han dado paso a Wikipedia, donde todo está a golpe de clic.

No escribimos diarios para plasmar nuestros pensamientos, ahora lo hacemos en blogs, lo que además nos convierte en un minimedio de comunicación, porque cuando publicamos algo lo podemos contar inmediatamente a todos nuestros contactos en las redes sociales.

Hemos dejado de ir a correos, y las cartas que recibimos son sólo facturas o publicidad. Ya no escribimos cartas, y se lo hacemos son postales y christmas para conservar la tradición. Dejamos de acumular grandes y pesados álbumes de fotos y para presumir de vacaciones o eventos familiares colgamos las fotos en internet en sitios como Flickr, las enviamos por correo o las compartimos en las redes sociales.

En cuanto al trabajo, ha sido tanto el cambio que hoy en día no es necesaria una oficina o un espacio físico para manejar una empresa más allá del sofá del salón o del café de la esquina. Ha cambiado incluso la manera en la que nos relacionamos con los políticos o programamos nuestras vacaciones.

Sea como fuere, muchos son los cambios que la red ha traído a nuestra vida cotidiana, no todos buenos, aunque sí imparables, y la raíz de la cuestión es integrar esos cambios y valernos de ellos para ser más felices y progresar como sociedad.

Las guerras de Trump

Donald Trump tiene la rara habilidad de no evitar pisar todos los charcos con los que se topa, ni sopesar las consecuencias de sus exabruptos. Si hasta hace poco era Corea del norte y su particular duelo con Kim Jong-un, ahora anuncia a través de su cuenta de Twitter, y al más puro estilo personal, la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio, presuntamente porque esas importaciones amenazan su seguridad nacional.

Desde la Comisión Europea niegan credibilidad a esta justificación y se afirma que su objetivo es proteger la industria interior norteamericana de la competencia y anuncian represalias. En Europa se ha pasado de negociar un tratado de libre comercio con Obama a aproximarse a la guerra comercial con Trump. Asimismo, China, la principal afectada por esos aranceles, pide que no se apliquen medidas proteccionistas excesivas, en cumplimiento del principio del multilateralismo.

Si se cumplen las amenazas del Presidente Trump, asistiremos al desarrollo de una guerra comercial, o como mínimo, un endurecimiento de las condiciones comerciales a nivel global, lo que va a tener repercusiones, que se pueden acrecentar debido a que la recuperación económica mundial es aún inestable.

El comercio internacional es algo verdaderamente complicado por sus múltiples implicaciones, y cuando un país como EE.UU. aplica una política arancelaria se producen diversas situaciones. Así, si los aranceles se aplican, por ejemplo, al acero, esto beneficiaría a esos productores, pero daña al consumidor de sus productos transformados, como los coches, que suben de precio, lo que frena el consumo, pulmón de la economía estadounidense. Asimismo el incremento de empleos en la industria protegida tiene como contrapartida los que se pierden en otros sectores, y en EE.UU. como señala la economista Christine McDaniel hay más personas trabajando en los sectores de producción dependientes del acero que en esa propia industria. También son importantes las reacciones de otros países, porque el comercio internacional se rige por normas que cuando son quebrantadas por un país, esto hace que otros hagan lo mismo, tanto como represalia como por emulación.

Ante esta tesitura y pese a lo que afirma el Presidente Trump de que “ganaría” con facilidad una guerra comercial, se va a encontrar con que lejos de ser la superpotencia dominante en el comercio mundial enfrente tiene a China y en especial a la UE, un rival igual de grande y capaz de imponer represalias efectivas, como descubrió el gobierno de Bush cuando impuso aranceles al acero en el 2002 que duraron 18 meses y le supusieron la pérdida de 200.000 empleos.

Con el Brexit de telón de fondo, la UE necesita reafirmarse y no puede permitirse perder terreno, en un momento en el que se observan con preocupación las políticas puestas en marcha en EE.UU. Además, es una cuestión de ideología, ya que si cede ante el presidente americano, se arriesga a reforzar a sus populistas internos, lo que puede ser más peligroso que un arancel.

En cualquier caso Trump debería tener presente que en el comercio no se trata de ganar y perder, sino que ambas partes se hagan más ricas, y, por lo general, una guerra comercial daña a todos los involucrados.